viernes, 10 de febrero de 2017

Las instituciones populares como clave de los mecanismos democráticos





A lo largo de la historia, han existido momentos de cambio que han permitido un avance sociopolítico sin precedentes, alterando los estamentos y las instituciones de forma tal que esos avances han trascendido la esfera administrativa para transformar la realidad social.
Desde la abolición de la esclavitud legal, al sufragio universal o la creación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la mejora en los derechos de la población frente a las élites gobernantes nunca se llevó a cabo en las esferas de los gobiernos o las instituciones, sino que eran fiel reflejo del clamor de la sociedad civil y su defensa de un mundo más justo, con igualdad de oportunidades.

Los procesos de cambio obedecen por tanto a una combinación de factores múltiples, entre los que se encuentra el binomio instituciones-movimiento popular del que tanto hemos escuchado hablar en los últimos tiempos. En nuestro país, a medida que las condiciones de vida mejoraban y se extendía el acceso a la educación y la cultura (barreras que separaban al "pueblo" de la clase dirigente), surgían movimientos sociales y políticos, asociaciones vecinales e incluso organizaciones que se hacían cargo de la dejadez de funciones de las propias instituciones.

Decía Plauto que "Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro", pero esta forma de institucionalidad popular es una muestra más del talante solidario del ser humano, siempre predispuesto a extender la fraternidad popular y ayudar a quienes se ven privados de derechos fundamentales ante el distanciamiento, cada vez mayor, entre los gobernantes y la calle. El "otro" es un reflejo de nuestro yo, un espejo en el que contemplamos nuestra propia humanidad, o nuestra carencia de empatía. Difícilmente podría Donald Trump hablar de la inmigración con absoluto desprecio si mantuviese un pie en la calle en lugar de permanecer aislado del mundo, contemplándolo desde un trono cual mesías.

Es por tanto necesario desterrar el mito "institución vs calle", que confronta dos términos que no pueden entenderse sino de forma complementaria; es precisamente el pueblo, a través de la presión social y mediante portavocías espontáneas, quien vehicula y vertebra el cambio en la institución "oficial", y no al contrario. El movimiento feminista, la lucha contra la segregación racial o ejemplos más cercanos, como la PAH en España, funcionan como altavoces de una sociedad en plena maduración, y permiten a su vez generar pedagogía en quienes desconocen los diferentes problemas que asaltan a los distintos colectivos.

Recientemente hemos visto cómo en nuestro país, a partir de la presión popular de los movimientos sociales y la sociedad civil, surgían movimientos de cambio que alcanzaron con gran éxito y en un tiempo récord las instituciones, dando voz a las demandas ciudadanas. Los ayuntamientos del cambio, la presencia del grupo confederal de Unidos Podemos en el Congreso de los Diputados y el Senado, no pueden ser explicados sin ese binomio complementario y nunca excluyente: institución y calle, que no institución o calle.

En los últimos tiempos asistimos a un debate enconado que gira en torno a esta dupla, confrontando términos que se correlacionan para dar lugar a un nuevo mundo, pero la realidad es que no podemos comprender las instituciones sin gobernar escuchando para conocer al conjunto social. Esa forma de gobierno, alejada del cambio, se corresponde con el Despotismo Ilustrado, paternalista y benevolente, pero a la vez distante y desapasionado. Toda vez, asistimos a un momento histórico en el que la presencia de miembros de los movimientos sociales en las propias instituciones ha derivado en un mayor énfasis en la participación y la toma de poder de la ciudadanía, siendo un gran ejemplo la labor de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de Madrid, con la incorporación de los presupuestos participativos, los Foros locales, o la I Consulta Ciudadana que tendrá lugar próximamente.

Sin embargo se correría el peligro de olvidar el excelente mecanismo de control que suponen las instituciones populares, siempre vigilantes y conocedoras del medio y las necesidades de la ciudadanía, además de su labor de cercanía y su flexibilidad organizativa. Un pueblo organizado, conocedor del funcionamiento y los mecanismos democráticos, tiene mayor capacidad para evitar, no ya la injusticia, sino el enquistamiento institucional y el distanciamiento de los gobernantes. Cuando un gobierno, sea a nivel municipal, autonómico o estatal, vive con un pie en las instituciones y otro en la calle, se produce una constante renovación que permite que las instituciones se adapten al medio social, y no que el medio social sea moldeado o incluso degradado por causa de un mal gobierno. Incluso quienes poseen una ética intachable corren el riesgo real de sufrir un proceso de transformación en élite por la normalización de esa toma de distancia que supuestamente permite la adopción de un punto de vista objetivo. Independientemente de su signo político, el paternalismo político siempre se transforma en imposición y absolutismo, motivo por el cual abomina de estas instituciones populares. No es sólo que exista una intencionalidad de desatender las demandas de la sociedad civil, es que existe un completo desconocimiento del ecosistema social y las desigualdades que en él se producen.

Por eso es nuestra obligación fomentar la participación ciudadana y de la sociedad civil, implicarnos y mantener siempre una visión inclusiva, que no olvidar que quienes no forman parte de las instituciones tradicionales son sujetos políticos con capacidad real de generar cambios. No olvidar que las instituciones populares son un garante del control democrático y, sobre todo, del avance sociopolítico. Como dijo Martin Luther King: "El día se ha ido para el patriotismo superficial", el patriotismo que no piensa en las personas, sino en términos abstractos, que cuantifica las vidas y sus problemas como si fueran simples cifras en el papel. Un patriotismo alejado de la gente y de la calle, que gobierna sin prestar atención al contexto y al tejido asociativo, que no toma en cuenta la opinión de quienes organizan sus barrios y sus distritos, de quienes velan por el cumplimiento de los derechos.
Es hora de reconocer el patriotismo real, el de las instituciones populares, las mareas, las asociaciones y colectivos de vecinos y vecinas. Es hora de hacer política, no para la gente, sino con la gente.