miércoles, 28 de mayo de 2014

Los fantasmas de la II Guerra Mundial en la UE



Tras la Gran Guerra, a comienzos del siglo XX, nos encontramos con una situación de superioridad económica, moral, y bancaria/armamentística de diversos países respecto a aquellos que habían perdido la guerra, en una era de postcrisis similar a la actual o a la que viviremos en un lustro.
Se le impuso a un país, Alemania, una deuda pública imposible de pagar, por la cual comenzó un proceso de degradación social y humana que terminaría desembocando en el mayor desencanto político de la historia moderna del país, así como una exaltación del nacionalismo, no como valor, sino como defensa ante lo que se consideraba como un ataque hacia la soberanía del país por haber perdido la guerra.
Europa no fue solidaria. El mundo no fue comprensivo con un país que, destrozado, y vagando a la deriva, terminó cayendo en la desesperación más profunda, lo que les llevó a abrazar un nacionalismo socialista que, finalmente, derivó en una escalada xenófoba, una lucha interna en la que un pueblo se vio abocado a la obediencia o la muerte, y una dictadura, la de Adolf Hitler, que terminó arrasando la vida de millones de personas (algo similar a lo ocurrido en la Rusia de Stalin, que era una dictadura encubierta y no un régimen socialista democrático).
El resto, todos los conocemos. Un continente herido, un genocidio sin precedentes (no solo el del pueblo judío, sino de gitanos, polacos...), y una tendencia política extremista que abrazaba el odio como un recién nacido abraza el pecho de su madre y que, a día de hoy, continúa siendo un peligro que asola el mundo civilizado y la permanencia de una supuesta democracia moderna que aún no conocemos los europeos.

Es el problema de las deudas imposibles de pagar, de la sensación de asfixia nacional y la tiranía, de un futuro que parece desaparecer por el sumidero mientras unos burócratas, demagogos (si, la demagogia es la suya, un discurso confuso y vacío) que viven en un mundo completamente ajeno al del pueblo explican que la clase media y baja debe someterse a la austeridad para regocijo de los ricos. Una historia repetida a lo largo de los años en diferentes naciones.
Finalmente, como ha ocurrido en muchas situaciones de desesperación, el pueblo votó a una emergente figura autoritaria (como podría ser LePen hoy en día) que terminó haciéndose fuerte utilizando ese odio, esa exaltación de la raza que provenía de un complejo, no de inferioridad, sino de invasión. La invasión no era racial, era económica, pero el pueblo fue contundente en su rechazo a la invasión, a la deuda, a la destrucción social del país, a pesar de que, a la postre, se demostraría un grandísimo error que terminaría en tragedia.

Sin embargo, parece que hemos aprendido poco de la lección. Austeridad, vivir por encima de las posibilidades, prima de riesgo, reducción de salarios, recorte de derechos y libertades, destrucción de la separación de poderes, suicidios a un nivel no visto desde el crack del 29, intromisión de países en la política interior de otros países, sumisión de las economías, en este caso en el sur de Europa, destrucción del futuro de los jóvenes, una educación deficitaria, crisis que asola y destruye a la clase media y baja,deuda, deuda, más deuda, asfixia, aún mayor que antes, niños que no pueden comer, padres que sufren sabiendo que no habrá futuro, que la educación pública no permitirá un desarrollo personal... Muerto el humanismo, muerta la democracia como concepto original, retorna el escenario nunca olvidado y el miedo se huele.

Miedo al fantasma de los nacionalismos extremos, de los poderes que pretenden tratar al pueblo como si fuera res, ganado que no tiene voz ni voto, de la desesperación que, a veces, se equivoca, del odio del pueblo hacia su precaria situación, odio que a veces es aprovechado por otros, lobos con piel de cordero, extremistas que buscan la destrucción de la libertad y que se disfrazan de libertarios, LePenes y Adolfos que vagan a sus anchas en su escenario platónico, por primera vez desde los años 30, convertido en realidad por las fuerzas del FMI, la dictatorial economía de la UE, y los mandatos de la Troika.

No debemos olvidar pues el pasado, no debemos abandonar la memoria de las víctimas, el horror de la guerra que asoló un continente, la vida truncada de millones de mentes y el potencial cercenado de ideas brillantes que jamás llegaron a concretarse.
Hemos de combatir esa asfixia con una esperanza incansable, con unidad y solidaridad con quienes no encuentran el modo de continuar luchando dia a día. Mantengamos una vigilancia respetuosa sobre las intolerantes ideas que no conocen al respeto. No permitamos que, en las mismas circunstancias en las que eclosionó la Segunda Guerra Mundial, surjan como abanderados de la desesperanza y el miedo poderes aún más peligrosos e intolerantes que los que hoy nos dominan.
Hemos visto lo ocurrido en gran parte de Europa (Holanda, Grecia, Alemania, UK, Chequia, Dinamarca y, sobre todo, Francia) en las elecciones europeas y los últimos meses. Barrios y ciudades con rentas medias bajas, altos índices de paro, y segregación social, votando en masa a supuestos libertadores que no son sino cabezas visibles de partidos de ultraderecha con ansias dictatoriales. Sin embargo, se utilizaron los grandes medios para dinamitar grupos políticos anti-recortes como Syriza, o los nuevos partidos de cuña democrática que hacían peligrar a los "políticos tradicionales" y su apoyo a un sistema neoliberal caduco. Se olvidó el pasado, se mantuvo la actitud asfixiante sobre el pueblo, se subyugó a las clases desfavorecidas, y apenas se dio importancia al auge de estas formaciones. Parece ser que la palabra populismo solo se aplica a partidos que abogaban por una democracia participativa.

El mayor propósito de la historia humana es el aprendizaje, la mayor ventaja del conocimiento del pasado radica en la posible prevención de errores futuros. Aprendamos de aquella vieja Europa que casi se destruye a sí misma, y construyamos una nueva en la que las diferentes tendencias políticas tengan como baluarte la honestidad, la solidaridad y el respeto mutuo.
España, por primera vez en décadas, parece dar ejemplo, pues no se han votado conceptos xenófobos, clasistas, imperialistas... sino ideas. No importa el partido, sino la intención del mismo, su cercanía ciudadana. Continuar por esa senda es lo acertado. Tratar de no caer en las garras de determinadas figuras que no han surgido, pero surgirán, como ha ocurrido en Grecia con Amanecer Dorado, Francia con Marie Le Pen y su padre en el pasado, o Dinamarca, Holanda, Chequia....

Recordar, compañeros, no es una cuestión de izquierdas, derechas o centro.  No es una cuestión de economía o afiliación política. Los ideales de las diferentes ideologías han de confluir en lo básico. El bienestar social, la libertad, y una relación sana entre el Estado y sus iguales.

Manuel Alberto Báez Duarte